domingo, 13 de enero de 2013

El principio multisecular - Capítulo 9: Su último anhelo


Dos noches más tarde, cuando faltaban cuatro días para la ejecución, fui a ver a Miguel y permanecí dos horas con él. Cuando nos despedimos, éramos amigos, amigos mutuos, sin ninguna razón especial, salvo tal vez el hecho de que dar es infinitamente superior a recibir. Quizá yo haya dado algo a Miguel esa noche – la última – y es probable que también haya recibido algo de él.
La visita no comenzó muy bien; parecía que a Miguel todo lo que le importaba era mi presencia. Cuando se rompió el hielo, no fui yo quien lo hizo. Miguel, el hombre que no sabía conquistar amigos, me hizo hablar de mí mismo, de mi hogar, de mi vida, y luego fue llevada la conversación a otro punto:

Miguel:
¿Tiene una mujer buena abogado?

Abogado:
Sí, tengo una mujer admirable,
una mujer cariñosa y amable
que espero tener siempre a mi lado.

Miguel:
Puedo notar que la quiere mucho.

Abogado:
La quiero con todo el corazón,
es ella mi sentido y razón,
el motivo por el cual yo lucho.

Miguel:
¿Qué sentiría si la perdiera?

Abogado:
Cuesta contestar dicha pregunta
cuando el destino así no te apunta,
pero es probable que enloqueciera.

Miguel:
Yo también amaba mucho a Rosa,
pero ella pensaba abandonarme.
Ella no deseaba dejarme,
pues me quería como una esposa.

Me decía estar mal lo que hacía,
según dictaba su religión.
Yo tenía mi propia opinión,
mas cuando hablaba, yo le creía.

En las noches, durante semanas,
hablábamos y rompía en llanto:
debía irse y el amor era tanto
que más de morirse eran sus ganas.

Tal vez no estaríamos tranquilos
dentro de nuestra burda existencia.
Ella ya alcanzó la trascendencia
y yo pronto cortaré los hilos.

Marcharé sin cola que me pisen,
porque acepto que la mandé al cielo.
Mas fue cumpliendo su último anhelo,
no un asesinato como dicen.

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