miércoles, 2 de enero de 2013

Desidia


Dime si recuerdas el rostro inocente
que embaucaste para repletar tus goces,
aquellos labios que clamasen a voces
buscando tu amor impío, un sueño ausente.

Aquella ilusión que sin ser matrimonio
le hizo depositar en ti su confianza,
sin saber que le expendía su esperanza
al infuso despotismo de un demonio.

Lo que para ti fue una noche cualquiera,
para ella fue un momento lleno de magia.
Fue ver a un débil ángel que se contagia
y paga sus pecados en tierra austera.

Ven y explícame el porqué de tu abandono
al saberme dormido en su vientre en cuna.
Tu escape llegó como un menguar de luna,
nunca quisiste convertirte en su abono.

Y a sabiendas del fruto de tu lascivia,
de la causa y efecto de tu felonía, 
elegiste dejar algo que sería
más que la evocación de una noche tibia.

No creo que tengas noción de la espera,
fútil expectativa de tu regreso,
falaz calidez que enardecía un beso
que no alcanzó a tu corazón ni a la vera.

Condena eres de un ser que sin natalicio
fue la víctima de un reloj que le marca
la injusta hora de prescindir de un patriarca,
que ante un futuro incierto optó por desquicio.

Tuviste la expiación de tu culpa en palma,
para redimir del purgatorio a un hijo
que con el correcto cuidado prolijo
pudo ser prueba de tu tenencia de alma.

En su inocencia buscó y no hiciste caso,
le continuaste dejando a la deriva
aunque él buscara de forma lenitiva
crear un Edén de ese invisible lazo.

Pero comiste de ese fruto prohibido
de aquel paraíso que ideara un niño,
un ser sin rencor que guardaba cariño
a la vaga imagen que dejó el olvido.

La soledad le llamó al pie de la cuna
pues fuiste asaz cobarde para enraizarte,
decisión cruel y egoísta de tu parte
que no logrará alcanzar disculpa alguna.

Y aunque el calor maternal fue suficiente,
faltó ese toque paternal en su mundo,
alguien que se dignara por un segundo
darle a su ingenua puericia un aliciente.

Si de por sí la vida implica dureza,
crecer sin apoyo se vuelve un martirio,
severa existencia que roza el delirio
que sólo sanó quien alberga pureza. 

Hoy ves que el reloj marcó ya varios años,
y aquel mezquino niño ya es un adulto
que a pesar de tener su origen oculto
supo aprender del recuento de los daños.

Comparto tus genes pero no lo atroz,
no seré el reflejo de lo que tú has hecho.
Nunca permitiré que a alguien en su lecho
el reloj de vida le marque un adiós. 

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