lunes, 28 de enero de 2013

Abdicando a la hipocresía


Me estoy fatigando ya de fingir
un sentimiento distinto al que pienso,
por pertenecer a un mutuo consenso
donde he de, a mis principios, dimitir.

Una falsa aprobación debo adir
por un proceder del cual me avergüenzo,
pero un escrúpulo golpea intenso
y yo paso del cénit al nadir.

Me gustaría agredir en la cara
esta imagen que de mí fabriqué
sólo por lograr que alguien me aceptara.

A mi moral a traición ataqué,
al dejar que una quimera llegara
a tener más valor que mis porqué.

jueves, 24 de enero de 2013

Escribicionismo


Mira a la patética hoja desnuda,
inquieta en su íntima espera lasciva,
buscando el hedonismo en quien le escriba
y haga realidad su pasión muda.

Vele excitarse con la mina aguda
que le recorre de forma exhaustiva,
en abstracto intercambio de saliva,
que a un voraz beso se parezca o aluda.

Con las frases correctas le estremeces,
convirtiéndote en dueño de su ser
aunque corromperle no te mereces.

A dicha hoja podrías poseer,
mas también hacer valer, ya que a veces,
sólo a veces, tiene alma de mujer.

martes, 22 de enero de 2013

Divagaciones matutinas


Más despierto el reloj que mi mujer,
y ella más cálida que la mañana,
más deseable su figura humana
si entre rutina y ella debo escoger.

Nada justo el dejar de adormecer
mis manos sobre su barriga plana,
no importando el día de la semana
o si toca trabajo o quehacer.

Esta vida se nos dibuja a trazos
de demasiada costumbre insensata
de dar el amor y el cariño a plazos.

Pienso que, si de prioridad se trata,
preferiría enredarme en sus brazos
a arreglarme el nudo de la corbata.

A quien fuese...


M - ientras tú te preguntas por qué sigo
I - ndiferente a tu blanca bandera,

M - enospreciando a la persona que era,
U - na voluntad me lleva consigo.
S - uena algo incoherente lo que digo,
A   simple vista parece que fuera

O - tro simple efugio para que huyera
L - o que alguna vez fue bueno contigo.
V - erás que mi propia naturaleza,
I - ndómita y desenfrenada, es quién
D - entro de mis decisiones se expresa
A   costa de mi bienestar también,
D - esterrando de mi prevista empresa
A  quien hizo de mi vida un Edén.

viernes, 18 de enero de 2013

El principio multisecular - Epílogo: El principio multisecular


Parecía una promesa de amor, de unión eterna para los dos. Era lo que se había escapado de las manos de Miguel y de Rosa. Pero… ¿se les habrá escapado, realmente?

Miguel:
Algo nos faltó en la relación,
más que dudar por la convivencia.
Lo que hizo en ellos la diferencia
fue la plenitud de convicción.

Rosa:
Soplaba el viento a nuestro favor,
pero no creímos en nosotros.
Hoy la fortuna la tienen otros
que han de aprovecharla aún mejor.

Reflexión:
El amor no es de formas complejas,
tampoco de tiempo o magnitud.
O de una singular actitud,
ni siquiera de formar parejas.

El amor es el todo y la nada,
algo que no puede definirse,
y que tan sólo debe sentirse
en la piel, el alma y la mirada.

Al amor nunca consigue culpas
y poco se vale de las pruebas,
busca que con humildad te atrevas
a pedir y presentar disculpas.

Y no importando todo lo adverso,
él se enfrenta, se aguanta y soporta,
pues siendo libre poco le importa
darlo todo, hasta su último esfuerzo.

Y nunca juzga lo que es juzgado,
ni se somete por la envidias,
ni con el mal con que siempre lidias
pues actúa desinteresado.

El amor es el todo y la nada,
algo que no puede definirse,
y que tan sólo debe sentirse
en la piel, el alma y la mirada.

Es lo único que debe importar,
existente desde el mismo inicio,
y ya mucho antes que cualquier vicio…
el principio multisecular.

jueves, 17 de enero de 2013

El principio multisecular - Capítulo 13: La plenitud de convicción


Pero mientras marchábamos luego por la calle, bajo una noche clara y llena de estrellas, vibrante de vida, tuve la extraña sensación de estar más cerca de mi mujer que antes, como si algo nuevo hubiera tendido un manto protector sobre nosotros y sobre nuestro futuro, como si hubiéramos obtenido un seguro de felicidad.

Esposa:
Un manto de estrellas se ha tendido
en el claro espejo de la noche,
y se extiende sin ningún reproche
sobre tu camisa y mi vestido.

Algo más existe que nos une,
algo que obtuvimos hace poco.
Es un sentimiento ajeno y loco,
que en el corazón transita impune.

Sólo dime que también lo sientes,
es un sentir de lo más genuino,
que se ha cruzado en nuestro camino
terciando de maneras diferentes.

Abogado:
Preguntas si acaso lo he notado,
o si sólo es una confusión.
También yo tengo la sensación
de que estás más cerca de mi lado.

Y he tirado para abajo el muro
de las dudas y la indiferencia,
al sentir esta divina presencia
de felicidad en el futuro.

Son tantas las cosas que comparto
contigo siendo mi audaz mujer.
Jamás cambiaré de parecer,
porque jamás estaré de ti harto.

Esposa:
Y en el fondo de mi alma yo sé
lo grato que es dar y recibir,
cuando puedes así contribuir
a dar fuerza al amor con fe.
  
Abogado:
Y tener claro que una pareja
no se hace con uno, sino dos,
sin pretender tener más la voz
que lo que nuestro opuesto refleja.

Abogado y Esposa:
Jura que nunca me dejarás,
juro que nunca te dejaré.
Porque sabrás y siempre sabré:
conmigo, hasta la muerte, tú irás.

miércoles, 16 de enero de 2013

El principio multisecular - Capítulo 12: Agonizantes destellos


A poco oí el silbido de la trampa de escotillón al caer, luego el chirrido de la cuerda que corría rápidamente hasta el lazo y un chasquido como el de un fusil. Todo había terminado.
Desde la cárcel hablé por teléfono a mi mujer, que estaba completamente despierta, vestida y aguardando mi llamada. Siempre la llamo cuando me pasa algo muy grato o muy desagradable. Le dije que tomara un taxi y fuera a la iglesia de la calle Bloor.
Cuando nos reunimos a la entrada del templo, me preguntó qué era lo que estábamos haciendo ahí. Le conté lo que me había pedido Miguel y entonces ella encendió un cirio por Rosa y yo otro por él.
Salimos de la iglesia y nos dirigimos al Bronsing, donde pedimos una cerveza. Con esto, me pareció, quedaba cumplida y terminada la promesa.

Esposa:
¿Qué significa este nuestro encuentro
en las afueras del viejo templo?

Abogado:
Sólo busco seguir el ejemplo
del amor que ellos llevaron dentro.

Esposa:
Pareces haber compadecido,
al final de cuentas, al pobre hombre
polaco aquel, ¿cuál era su nombre?

Abogado:
Miguel, y él ha desaparecido

dejándome esta última promesa,
que espero me ayudes a cumplir.
Su último acto le tocó pedir:
pidió dos cirios y una cerveza.

Esposa:
En el nombre de sus hilos rotos
y de una vida en la soledad,
que allá en su propia realidad
padezcan de sus sueños devotos.

Abogado:
Y que a través de su propio cielo
noten esta promesa cumplida.
Y que el amor mantenga encendida
esta llama de su último anhelo.

Abogado y Esposa:
La luz en un destino se esboza
socorriendo al alma penitente,
saldada esta cuenta pendiente
con las almas de Miguel y Rosa.

Abogado:
Sigamos ahora cuesta abajo,
a la taberna de aquella calle,
por esa bebida que desmaye
a las penas que el tiempo nos trajo.

Como algún día hicieron aquellos
que hoy han de encontrarse en su paraíso,
rompiendo tal despreciable hechizo
con sus agonizantes destellos.

Esposa:
Se nos ha acabado la cerveza,
y con ella saldada la cuenta.
Ahora, con la fortuna atenta,
afrontemos la vida que empieza.

martes, 15 de enero de 2013

El principio multisecular - Capítulo 11: El favor de la ejecución


Poco después de medianoche llevaron allí a Miguel, que tenía el rostro sereno y marchaba con paso firme; hizo un gesto al ver la horca y sus labios se movieron unos instantes.
Ya le preparaban las manos y los pies cuando dijo algo a uno de los hombres y me señaló. El carcelero se acercó a mí y dijo que Miguel quería decirme algo.
Volví con él. Miguel parecía un poco avergonzado, y pidió autorización para hablar conmigo a solas. El carcelero asintió y se alejó unos pasos.

Miguel:
En esta triste noche quisiera
yo pedirle un último favor.

Abogado:
Háblame ya sin tanto pudor,
lo cumpliré de cualquier manera.

Miguel:
Los lunes, como hoy, a la calle Bloor
iba con Rosa a beber cerveza.
Siempre a ese lugar, la misma pieza,
muy cerca de nuestra casa al sur.

Pero previo íbamos a la iglesia,
y ella encendía dos veladoras.
Decía que eran las protectoras
de quien al amor eterno aprecia,

que nos protegerían del mal.
Y en esos empíreos perdidos
tal vez guste verlos encendidos
hoy que mi vida llega al final.

Y tal vez también a ella le guste
el gesto cuando nos encontremos.
Hay que aferrarnos a lo que creemos
cuando una situación nos asuste.

Busque más tarde a su esposa y enciendan
los dos cirios, por Rosa y Miguel.
Luego diríjanse al bar aquel
y beban la cerveza que vendan.

Que una sola cerveza los una
sin importarles ya las razones,
una promesa en sus corazones
que ya no encontrará trampa alguna.

Usted es mi amigo y hoy me acompaña
en la dura prueba de la muerte,
y sea cual sea ya mi suerte,
lo he de recordar, como el que extraña.

lunes, 14 de enero de 2013

El principio multisecular - Capítulo 10: Elegíaco irresoluto


El juez había adivinado. Miguel se disponía a hacer su defensa ante otro Tribunal, en el cual esperaba que su alegato fuese escuchado.
Cuando me despedí, salí con la convicción de que, en opinión de Miguel, su caso no había sido juzgado todavía.
La noche de la ejecución volví a visitarlo, pero no hablamos gran cosa, hasta que por fin se aproximaron las doce y me dirigí al patíbulo con algunos funcionarios de la cárcel.

Miguel:
Ya nada a mí en este mundo me queda,
ni la más leve gota lenitiva.
Inútil será el gasto de saliva,
cuando la plegaria a mi tiempo exceda.

Por más que busque no hay nada que pueda
otorgarme razón definitiva
de poder mantener mi frente altiva
y evitar que la muerte me suceda.

El alcance del cielo tengo a tiro,
por medio de un luminoso portal
que sólo espera mi último respiro.

Impía figuración infernal,
dale a tu mórbida ruleta un giro
que me garantice el truco final.

domingo, 13 de enero de 2013

El principio multisecular - Capítulo 9: Su último anhelo


Dos noches más tarde, cuando faltaban cuatro días para la ejecución, fui a ver a Miguel y permanecí dos horas con él. Cuando nos despedimos, éramos amigos, amigos mutuos, sin ninguna razón especial, salvo tal vez el hecho de que dar es infinitamente superior a recibir. Quizá yo haya dado algo a Miguel esa noche – la última – y es probable que también haya recibido algo de él.
La visita no comenzó muy bien; parecía que a Miguel todo lo que le importaba era mi presencia. Cuando se rompió el hielo, no fui yo quien lo hizo. Miguel, el hombre que no sabía conquistar amigos, me hizo hablar de mí mismo, de mi hogar, de mi vida, y luego fue llevada la conversación a otro punto:

Miguel:
¿Tiene una mujer buena abogado?

Abogado:
Sí, tengo una mujer admirable,
una mujer cariñosa y amable
que espero tener siempre a mi lado.

Miguel:
Puedo notar que la quiere mucho.

Abogado:
La quiero con todo el corazón,
es ella mi sentido y razón,
el motivo por el cual yo lucho.

Miguel:
¿Qué sentiría si la perdiera?

Abogado:
Cuesta contestar dicha pregunta
cuando el destino así no te apunta,
pero es probable que enloqueciera.

Miguel:
Yo también amaba mucho a Rosa,
pero ella pensaba abandonarme.
Ella no deseaba dejarme,
pues me quería como una esposa.

Me decía estar mal lo que hacía,
según dictaba su religión.
Yo tenía mi propia opinión,
mas cuando hablaba, yo le creía.

En las noches, durante semanas,
hablábamos y rompía en llanto:
debía irse y el amor era tanto
que más de morirse eran sus ganas.

Tal vez no estaríamos tranquilos
dentro de nuestra burda existencia.
Ella ya alcanzó la trascendencia
y yo pronto cortaré los hilos.

Marcharé sin cola que me pisen,
porque acepto que la mandé al cielo.
Mas fue cumpliendo su último anhelo,
no un asesinato como dicen.

sábado, 12 de enero de 2013

El principio multisecular - Capítulo 8: Formas de clemencia


Pasó el tiempo y me fui olvidando del asunto, porque sucedían muchos acontecimientos graves: la guerra comenzaba a azotar el mundo, yo acababa de casarme, tenía que asistir tres veces por semana a los cursos  de instrucción militar y, desde luego, seguía ejerciendo mi profesión.
Cuatro o cinco semanas después del proceso, el inspector de policía que dirigió la investigación fue a visitarme por otro asunto, y al concluir me dijo que Miguel había expresado su deseo de verme antes de morir, diciendo no tener ningún amigo y creyendo saber en mí uno.
Mi primer impulso fue negarme. Nunca había presenciado una ejecución y no tenía el menor deseo de empezar con esa. Además, yo no era amigo de Miguel.
Esa noche conté a mi mujer durante la comida toda la historia del polaco, y cuando concluí, advertí que ella estaba llorando.

Inspector:
Antes de concluir mi visita
le pregunto, ¿recuerda a Miguel?
Era el muchacho polaco aquel
que asesinó de forma expedita.

Pues antes de morir pidió verle,
cree no tener amigo alguno
y que tal vez usted sería uno.
¿Podría este favor concederle?

Abogado:
No tengo ninguna conexión
concretada con el delincuente.
Y tampoco pasa por mi mente
el atestiguar la ejecución.

¿Qué es lo que pretenderá aquel hombre
pidiéndome ser simple testigo?
Yo no me considero su amigo
y es normal que tanto yo me asombre.

Esposa:
Qué más da que no le consideres
tal y como a un compañero tuyo.
No vale tanto el fútil orgullo
al tener los últimos placeres.

No tienes ninguna conexión
concretada con el delincuente.
Mas puedes ser tú, en forma clemente,
amigo para él sin intención.

Abogado:
¿Partícipe de verle morir?

Esposa:
No lo mires como un vil proceso.
Aunque siendo sólo un simple preso,
siempre podrás dar y recibir.

viernes, 11 de enero de 2013

El principio multisecular - Capítulo 7: La interrogante incierta


Se levantó la audiencia. Dos agentes de policía rodearon a Miguel, que habría cabido perfectamente bajo el brazo de cualquiera de ellos, y lo condujeron a las celdas.
Pocos minutos más tarde, yo concluía de ordenar los papeles de mi despacho para retirarme, cuando llegó el juez. De temperamento en verdad bondadoso, nunca dejaba de tener una palabra amable para los abogados jóvenes.

Juez:
¿Qué pudieran ser esas palabras
en los labios de un pobre convicto?

Abogado:
No ha modificado del edicto
nada, sus frases no son macabras.

Y sin embargo, no las entiendo.
Fueron capaces de proyectar
una sensación, sin explicar.
Es mucho lo que yo de él aprendo.

No puedo saber a ciencia cierta
lo que pasaba por su cabeza.
Solamente admirar su destreza
de inculcar la interrogante incierta.
  
Juez:
Admito que también me impresiona
la magnitud de lo que fue expuesto.
Pasa algo inadvertido en su gesto,
algo que la boca le traiciona.

Pareciera querer presentar
algo de suma importancia al caso.
Catarsis expiatoria, si acaso,
circunstancias que han de relevar.

Pero no ante un tribunal de gente,
sino alguno de más alto rango.
Él bailará con la muerte un tango,
donde será escuchado de frente.

Puede que el tiempo le dé razón
y la tolerancia a sus motivos.
Pero no con nosotros los vivos,
con la fuerza de mayor perdón.

Todos podemos aún ser escuchados.

jueves, 10 de enero de 2013

El principio multisecular - Capítulo 6: Despedida en ocaso


Cuando volvió a su celda, era un asesino convicto y confeso, pero antes de retirarse preguntó al juez si podía decir algo y este lo autorizó.
El reo se pasó el dedo entre la garganta y el cuello de la camisa, luego el dorso de la mano por los labios, y por fin habló directamente:

Miguel:
Señor juez, usted es bondadoso,
sólo cumplía con su deber.
Lamento el tiempo hacerle perder
en este juicio tan infructuoso.

Yo merezco la muerte de fijo
por el delito que cometí.
Pero no se preocupe por mí,
siempre confié en lo que ella me dijo.

“Sin duda volveremos a vernos”,
era lo que siempre me decía.
No lo sé, ella nunca me mentía.
Ciertos han de ser sus cuentos tiernos.

Usted sin expresarme falacias,
mucho me ayudó en mi cometido.
Ahora voy a lo prometido
con ella y quiero darle las gracias.

Y usted abogado, aunque es muy joven,
no le debe afligir mi destino.
Cuide que durante su camino
jamás el espíritu le roben.

Supuestos paraísos eternos
era en lo que yo nunca creía.
Pero algo era lo que ella sabía.
Sin duda, volveremos a vernos.
  
No suelo ser de muchos amigos,
permítanme verlos como tales,
no de mis asuntos criminales
como simplemente unos testigos.

Espero que sean muy felices,
tal y como lo estoy siendo ahora.
Piensen que precederá la aurora
a aquellos días que sean grises.

miércoles, 9 de enero de 2013

El principio multisecular - Capítulo 5: El curso de sentencia


La tarea de la acusación era muy sencilla, casi automática. El polaco no quiso defensor, de modo que el tribunal le nombró uno de oficio. Este defensor, cuando el juez preguntó si el reo se declaraba culpable o inocente, contestó: “Inocente”; oído lo cual, Miguel agitó los brazos y gritó en su mejor inglés: “¡No, no soy inocente! ¡Soy culpable! Yo maté a Rosa y debo morir.”
El juez explicó con paciencia a Miguel (mientras el defensor escuchaba cruzado de brazos, molesto e irritado) por qué le convenía declararse inocente, y al fin el acusado capituló, aunque todo lo que parecía interesarle era dejar sentado que era culpable y quería morir.
Por cierto que en ese proceso no me gané yo los honorarios de fiscal, sino que los ganó Miguel para mí, al punto de no querer prestar declaración en su propia defensa. La vista de la causa llevó menos de un día y medio, y el reo obtuvo lo que deseaba: el jurado lo declaró culpable y fue condenado a la horca.

Juez:
A todos nos queda claro el crimen
y también la culpabilidad.
Todo el hecho apunta a la verdad
y no existen pruebas que le eximen.

Miguel:
Estoy consciente de mi delito,
no requiero ni de defensor.
Mi crimen es un crimen de amor,
inefable para un erudito.

Juez:
Pues he de asignarle uno de turno,
para que controle la gestión.

Abogado:
Su Señoría, esta situación
no es más que un anhelo taciturno

por parte de su ser agraviado.
No extendamos la condena ingrata,
pues sería sólo perorata
juzgar lo que ya ha sido juzgado.

Miguel:
Entonces pido de forma amable
que se acorte el curso de sentencia.
No habiendo pruebas de mi inocencia,
sólo queda dictarme culpable.

Juez:
No hay caso de seguir el proceso
si ya no hay proceso que seguir.
Si lo que quiere usted es morir,
en el jurado está su deceso.

Abogado:
¿Cómo puede ser tan fácilmente
que alguien no posponga su derrota?
Debe ser un alma muy devota
a aquel cariño que tiene ausente.

Ya tan sólo con deliberar,
sin tanto discernir, el jurado
habrá de otorgarle lo anhelado.
El juez se dispone a sentenciar.

Juez:
¡Culpable! Queda condenado a la horca.

martes, 8 de enero de 2013

El principio multisecular - Capítulo 4: El precio del descaro


La policía llegó allí a los 10 minutos de ocurrido el crimen. Rosa estaba encogida al pie de las escaleras que llevaban al apartamento, con una herida en la nuca, y Miguel la tenía en sus brazos, como protegiendo lo que le quedaba de vida, pues murió en la ambulancia.
Durante el proceso salieron a luz los detalles. Rosa era católica, estaba casada en su patria y había emigrado al Canadá antes que su marido, mientras este liquidaba una pequeña casa de comercio. Después de muchas vacilaciones, Rosa había llegado a la conclusión de que no procedía bien al vivir con Miguel y de que debían separarse.

Miguel:
¿Qué es lo que ha cambiado tan de pronto
en tu forma de trato, de ser?
Porque no soy ciego, puedo ver.
No me tomes como un simple tonto.

Rosa:
Eres muy importante para mí,
y en el fondo sé que tú lo sabes.
Pero nuestros pecados son graves,
por actuar con sumo frenesí.

No confundas lo que hay en mi mirada,
porque sigue vivo el sentimiento.
Pero Dios escucha, y escucha atento,
y sabes que yo ya era casada.

Miguel:
No creo que le importe el descaro
habiendo tanto amor de por medio.

Rosa:
No lo entiendes, no existe remedio,
y el precio por el descaro es caro.

No podremos nunca ser felices,
dentro de este mundo por lo menos.
Y suele pasarnos a los buenos
que confundimos tantos matices.

Volveremos a vernos, no dudes,
te mantendré siempre en mi recuerdo.
Y aunque ahora tú no estés de acuerdo,
debo enfrentar mis vicisitudes.

Debo marcharme. Adiós, amor mío.

Miguel:
Simplemente no pude dejarte,
aunque es egoísta de mi parte.
Calma, pronto no sentirás frío.

Cuidaré de tu ser moribundo,
despacio ve a reunirte con Dios.
Te dejo un beso como un adiós,
nos veremos en el otro mundo…

…muy pronto.

lunes, 7 de enero de 2013

El principio multisecular - Capítulo 3: Los lamentos compartidos


Miguel la había conocido en una tertulia organizada por una sociedad polaca y en la que Rosa estaba sola, pues acababa de llegar y no conocía a nadie. Él concurría de vez en cuando a esas reuniones, mas no había hecho amigos; carecía de las cualidades que conquistan siquiera amistades superficiales. 
Esa noche, Miguel y Rosa fueron juntos a tomar un helado. Otra vez, fueron al cine, y luego empezaron a dar largos paseos; nació así una verdadera amistad entre esos dos seres que no parecían adaptarse a ningún ambiente. 
Tiempo después, Rosa fue a vivir con Miguel en un pequeño apartamento. Eso duró un año, durante el cual, según estableció la investigación, los vecinos tenían a ambos por un matrimonio tranquilo y respetado, no muy conocido en el barrio, es cierto, pero sumamente unido.


Rosa:
Es tan difícil ser una parte
en una sociedad inclemente,
a sabiendas que en ningún ambiente
esta angustia alguien la comparte.

Entre tantos sentirme tan sola,
el precio de un sueño postergado.
La frivolidad de lo pasado
me tiene entra las patas la cola.

Quiero persuadir esta agonía
y no vacilar ante lo incierto.
¿Mi nao se dirige a algún puerto?
Miguel y Rosa:
Sólo quiero ver luz de otro día

Miguel:
En un descuido de la impotencia,
he encontrado un rostro de mujer
en un sueño aún sin entender,
coincidiendo junto a mi presencia.

¿Qué razones dicta el corazón
al sentir de dos desconocidos?
Más que los lamentos compartidos,
para nuestra amistad no hay razón.

Miguel y Rosa:
El destino seguirá mintiendo,
dando perjurio a nuestro favor.
Porque para las cosas del amor,
las excusas seguirá teniendo.

Jura que nunca me dejarás.
Juro que nunca te dejaré.
Porque sabrás y siempre sabré:
conmigo, hasta la muerte, tú irás.

domingo, 6 de enero de 2013

El principio multisecular - Capítulo 2: Mira con todas tus fuerzas


Miguel aparentaba tener de 35 a 40 años y era bajo y recio, pero no obeso. Cuando se ponía de pie para declarar, no aumentaba mucho su estatura; era medio calvo y su rostro carecía de expresión, salvo los ojos, que se asemejaban a los de esos perros mansos y humildes y que, al pensar ahora en él, son lo único que realmente recuerdo; en ellos se veía reflejada toda una vida de soledad y abandono.

Abogado: 
¿Qué es lo que esconde un hombre sereno
con tanta tristeza en su semblante?
He de recordar más adelante
esa mirada de perro bueno,

la tranquilidad que envuelve a su alma,
que corrompe su ser delictivo.
Sabiendo que no seguirá vivo
por mucho, aún mantiene la calma.

¡Mira, mira con todas tus fuerzas!
Tu destino se ha comprometido
y ya con la muerte lo has perdido.

Miguel:
Pero basta, que en vano te esfuerzas

La soledad ya era mi condena
desde antes de tomar el fusil.

Abogado:
¿Y qué desató ese cambio hostil?
Yo sé que tienes un alma buena.

No logro explicarme las razones,
las que condujeron a tu mente.
¿Qué fue lo que cambio de repente?

Miguel:
Que no te importen las intenciones,


¡mira, mira con todas tus fuerzas!
No busco expiar todos mis delitos,
pues mi corazón me pide a gritos
regresar a sus caricias tersas.

Abogado:
Tampoco busco ganar la gloria,
ni ganarme títulos de nada.
Algo esconde esa triste mirada.
Dime, ¿cuál es tu mohína historia?

sábado, 5 de enero de 2013

El principio multisecular - Capítulo 1: La magnitud de lo cometido


Todo en Miguel lo presentaba como un hombre de los más comunes… salvo el hecho de que había asesinado a Rosa. 
Su nombre de pila era Mikhail, pero como su apellido resultaba imposible de pronunciar, acabó por ser simplemente ‘Miguel’ durante el proceso. Lo vi por primera vez en un tribunal de la ciudad canadiense de Toronto, sentado a mi espalda en el banquillo de los acusados. Yo era el fiscal encargado de la acusación contra Miguel por el asesinato de una joven llegada dos años antes de Polonia, país natal de ambos.
Según el Código, se trataba indiscutiblemente de un asesinato, y el sumario policial me puso al corriente de todo lo que necesitaba para la causa. En un punto podía aquel estar equivocado, pero no es posible exigir que cada policía sea un psiquiatra: clasificaba a Miguel de anormal y definía el crimen como la evidente reacción animal de aquel al ver que la muchacha lo abandonaba.


Abogado: 
Qué me da a mí la autorización
de juzgar a este pobre acusado,
siendo sólo el fiscal encargado
de proseguir con la acusación.

Sentado tranquilo en el banquillo,
no da ni las muestras de inmutarse.
¿Será que cuenta no puede darse
que condenarlo será sencillo?

“Lo clasifica como animal
la magnitud de lo cometido.”
Reza así el sumario que he pedido
a quien dio el arresto policial.

Con un certero tiro en la nuca,
él apagó el ser de la muchacha.
Y hoy lo veo con cabeza gacha,
sabiendo su libertad caduca.

Mas, ¿es posible que un abandono
conduzca a tal grado de locura?
No lo sé, pero tiene segura
toda la compasión que le dono.

Pues sé que sólo quienes amamos
podrían herirnos de tal forma
que aflore aquella rabia sin horma
y que dichos actos cometamos.

Siempre serán súplicas al viento
querer guardarnos tanto amor.

Juez: 
Su alegato, estimado señor,
puede iniciarlo en cualquier momento.

viernes, 4 de enero de 2013

El principio multisecular - Exordio: El eco criminal


Miguel, sin duda alguna, era culpable
de haber cometido el asesinato,
en un ataque de furia, ab irato,
del cual no había duda razonable.

¿Una acción del hombre cuán reprobable
es ante los ojos de un aparato
judicial carente de humano trato?
¿Era un crimen del todo abominable?

Sí, pero no todos los atropellos
han de juzgarse ante un vil tribunal
de personas con corbata a los cuellos.

Porque a veces el eco criminal
no corresponde al oído de aquellos
que tienen el veredicto ‘final’.