Miguel aparentaba tener de 35 a 40 años y era bajo y recio, pero no obeso. Cuando se ponía de pie para declarar, no aumentaba mucho su estatura; era medio calvo y su rostro carecía de expresión, salvo los ojos, que se asemejaban a los de esos perros mansos y humildes y que, al pensar ahora en él, son lo único que realmente recuerdo; en ellos se veía reflejada toda una vida de soledad y abandono.
Abogado:
¿Qué es lo que esconde un hombre sereno
con tanta tristeza en su semblante?
He de recordar más adelante
esa mirada de perro bueno,
la tranquilidad que envuelve a su alma,
que corrompe su ser delictivo.
Sabiendo que no seguirá vivo
por mucho, aún mantiene la calma.
¡Mira, mira con todas tus fuerzas!
Tu destino se ha comprometido
y ya con la muerte lo has perdido.
Miguel:
Pero basta, que en vano te esfuerzas
La soledad ya era mi condena
desde antes de tomar el fusil.
Abogado:
¿Y qué desató ese cambio hostil?
Yo sé que tienes un alma buena.
No logro explicarme las razones,
las que condujeron a tu mente.
¿Qué fue lo que cambio de repente?
Miguel:
Que no te importen las intenciones,
¡mira, mira con todas tus fuerzas!
No busco expiar todos mis delitos,
pues mi corazón me pide a gritos
regresar a sus caricias tersas.
Abogado:
Tampoco busco ganar la gloria,
ni ganarme títulos de nada.
Algo esconde esa triste mirada.
Dime, ¿cuál es tu mohína historia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si sabes hacer buen uso del lenguaje (sin recurrir a ofensas y/o frases cargadas de negativismo), comenta. Si no, hazlo de todos modos, pero revisa un diccionario para no parecer grotescamente ignorante y poder insultar con propiedad. Gracias por tu comentario y vuelve pronto. Tal vez la próxima vez tenga bocadillos.
P.D. No robes mis frases, porque sé dónde vives.