No quisiste llorar. No ante mis ojos.
De modo que opté a obcecadas estafas:
mi vista aplaqué y te quité las gafas;
le di tiempo a tus íntimos cerrojos.
Lacrimales tornaron tus ya rojos
pómulos de delicadas piltrafas.
Mi dedo adecentó esas aguas zafas
que el amor pasado soltó a manojos.
Esa timidez sólo es la resulta
de este mundo carente del deseo
de mostrar la dicha que tiene oculta.
Y aun siendo invisible en un parpadeo,
sentirte en nada se me dificulta:
si no eres nadie, ¿cómo es que te veo?
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