Me apetece perderme en la alameda,
presenciarte al declive de otro sol,
asirme férreo de tu overol
campestre, y dejar que todo suceda.
Tirar al pozo una que otra moneda,
provocarte a versos un arrebol,
encomiarte en sostenido o bemol,
y seguir recorriendo la vereda.
¿Qué tendrá de especial esta dehesa
que me invita, al sólo abrir las ventanas,
a ser contigo cazador y presa?
Ya dependo de estas tardes ufanas
donde tú exhibes tu sutil belleza
y yo por besarte muero de ganas.
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