Yendo con un fárrago en mi cabeza,
pensando si es más trágica la vida,
o la muerte una niña consentida,
o si a ambas he ya invitado a la mesa.
La sapiencia es, tal cual, mi gran pobreza,
por mi culpa, en mi mente, desleída.
Y aunque mi alma se encuentre conmovida,
no puede esto tomarme por sorpresa.
Que en este punto no pasan más taxis
que trasladen dolor a donde quiera
mi juicio, sin cometer mala praxis.
Crisis de suerte esquiva y aventurera,
con el amor causando anafilaxis,
y al sexo atascarse la cremallera.
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