martes, 23 de abril de 2013

Éxodos


"La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?"
Y así iniciaba otra aventura de la esperanza,
de aquella creencia que el que persevera, alcanza,
aunque de ello no tuviera la menor certeza.

Yo pensaba que darle alas a tu fantasía
haría que en algún momento tú te acordases
de todos los sentimientos que fueron capaces
de lograr cautivarte tras cada simple día.

Jugué  —o jugamos— a ser un inocente crío,
o un níveo cisne en los estanques de los parques,
personaje en las novelas de García Márquez
o en los versos románticos de Rubén Darío.

Revivimos las cruentas batallas del medioevo,
y las enormes tragedias de la antigua Grecia,
y si la inquietud de tu olvido quería, necia,
opacarte, buscábamos comenzar de nuevo.

Pero todo esto no era más que insulso espectáculo,
en el cual yo era el héroe de cualquier historia,
en un fútil intento de hacer que tu memoria
venciera al hado declarado por el oráculo.

Aquel que condujo tu sanidad al naufragio,
ahogándole en nuestro limbo de la omisión,
que, sin tregua, me condenó a la persecución
de lo que convirtió tu reminiscencia en plagio.

Porque te extraño, y no comprendes en que medida
busco que en esas miradas de matices verdes
me veas, me veas y de a poco te recuerdes
que fui el epónimo que representó a tu vida.

Pero en la mía, ya ha sido echada nuestra suerte
en favor del modo de actuar de cualquier cobarde.
Y al no resistir verte más así, en esta tarde
sólo puedo terminar la historia con la muerte.

Me es tan fácil concebirte en tu reposo humilde,
pero tu pensamiento está fuera de mi alcance.
Así que es mejor dejarle que, de mí, descanse.
(Esa fue la última vez que visitó a Matilde,

yéndose Matías del centro, sin ver a atrás.
No supo impugnar lo sufrido con eficacia,
y puso los éxodos mentales en eutanasia
sensorial. Parece... que el olvido pudo más.)

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