No es lo mismo. Se perdió la hermosura
en nuestra redundancia periférica.
No fuimos más que una idea genérica
que atacó a la costumbre con mesura.
Lo exiguo de espíritu poco dura,
si topa a la displicencia atmosférica
que arrebuja una subsistencia histérica
y le eclosiona en lánguida amargura.
Los cordones de humanidad se han roto,
la esperanza se vende en teletienda
y el sentir no es más que un simple alboroto.
Dime, ¿existirá aún alguien que encienda
la tan difusa irisación del hoto?
¡Vamos! El que quiera entender, que entienda.